¿Sabes qué personaje nunca aparece en los artículos de «Así serían las princesas Disney si fueran punkis/robots/carros de combate de la Segunda Guerra Mundial»? Wendy, la de Peter Pan. ¿Por qué? Principalmente porque es todo lo que Cenicienta no quería ser. No es un personaje que evolucione. Mientras Cenicienta pretende salir de la cocina y dejar de limpiar el polvo, Wendy no hace otra cosa que preocuparse.
De ahí viene el llamado complejo o síndrome de Wendy, esa niña que se pasa todo el día intentando solucionarle la vida a otros. La persona que padece del síndrome de Wendy intenta satisfacer a los demás constantemente, sobre todo a su pareja y sus hijos. Estos últimos viven sobreprotegidos, tanto que afecta a su desarrollo emocional.
¿Eres una madre o un padre Wendy? Es posible que seas Wendy si intentas hacer felices a los demás y agradar sea como sea, si siempre estás pidiendo perdón (incluso por lo que no es tu culpa) o si para ti amar es sacrificarse y hacerlo todo.
¿Te crees imprescindible para que todo funcione? ¿Sientes como una obligación el estar cuidando siempre a los demás? ¡Ojo! No hablamos del cuidado normal, sino de una actitud que ocupa toda tu vida y forma de ser.
Los Wendy hacen suyas las responsabilidades ajenas. A veces es difícil diferenciar entre el cuidado normal y razonable de los niños y la sobreprotección. Ahí van unas pistas:
– Haces todas las tareas domésticas para que tus hijos no tengan que hacerlas. Y no les pides ni exiges que hagan nada (no sea que se cansen, los pobres).
– Controlas todo lo que hacen y les quitas todos los obstáculos posibles, para que siempre sientan satisfacción y nunca conozcan la frustración.
– Te sacrificas e incluso renuncias a tus necesidades con tal de agradar a tus hijos. Ey, que hablamos de niveles extremos, esos en los que sacrificarte puede ser dañino para ti, pero el no sacrificarte tampoco significa que tus hijos sufran horrores.
– No les impones nada y cedes en todas las discusiones, incluso si es por su bien.
A ver, piensa. ¿Le haces los deberes a tus hijos y se los dejas «niquelaos»? ¿Les haces la cama, recoges la ropa tirada o preparas la mochila cada día para que ellos no tengan que hacerlo? ¿Ves el lado negativo de todos los posibles planes y les impides hacerlos?
Sí, el terrible y doloroso lado negativo de cosas como no ir a una excursión del cole por si les pica un bicho. O pensar que en los columpios, en vez de pasarlo bien, se van a caer. Todo es negativo y peligroso y, por tanto, hay que meter a los niños en una burbuja.
Si te identificas en estos comportamientos, tenemos malas noticias: más que proteger a los niños, estas cosas les hacen daño.
Sobreproteger es decidir y pensar por ellos, y solucionar sus problemas sin que tengan que molestarse. Mal.
Sí, mal, porque crecer es aprender de los errores, enfrentarse a las dificultades y tomar decisiones. El niño sobreprotegido será un adulto inútil, inmaduro, caprichoso, impaciente e intolerante. Querrá todo fácil, inmediato y sin discusiones, ¡pero la vida tiene retos y obstáculos para dar y regalar!
¿Quieres un consejo? Da un paso atrás. Que se responsabilicen de los retos que están a su nivel. Enséñales las herramientas para resolver las dificultades y responsabilizarse de sus obligaciones. De lo contrario, se harán dependientes de otros para tomar decisiones, incluso cuando tengan más años que dientes (no lo busques, te lo decimos nosotros: tenemos 32 dientes).
Wendy, escucha, la mejor protección para tus «niños perdidos» es enseñarles a ser adultos maduros y fuertes. ¡Déjalos volar y tú sé más Campanilla!
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