El bostezo se contagian. Es una verdad universal, igual que Iniesta es el futbolista más amado en España o ‘Solamente tú’, de Pablo Alborán, la canción más tareareada de 2011. No importa que vayas por el tercer café del día y estés más despierto que en tu examen de conducir; si estás esperando a que el semáforo se ponga en verde y el chico de enfrente abre la boca como si no hubiera un mañana, repetirás el gesto como si del eco se tratara.
Hagas lo que hagas, no podrás evitarlo. El bostezo te acompaña desde el día que naciste, como el color de tus ojos y ese lunar que te adorna la mejilla. Pero ¿por qué se produce el efecto dominó cuando la mandíbula del de al lado se disloca de esa manera?
«Sabías que….
Si comparáramos nuestro cerebro con un ordenador, el hecho de bostezar es sinónimo de activar el ventilador del cerebro. Además, junto con el bostezo, estiramos los músculos, presionamos parte de nuestro rostro contra los huesos y generamos un torrente sanguíneo hacia nuestra cabeza»
La pregunta que planteamos es uno de esos enigmas envueltos en misterio como las desapariciones del Triángulo de las Bermudas o la vida en Marte. Mejor dicho, era. Hasta hace bien poco, se creía que la empatía suponía la única causa del bostezo, incluso entre los animales y hasta entre animales y seres humanos.
Esa teoría era incapaz de explicar, por ejemplo, por qué las personas que padecen esquizofrenia o autismo, y, por tanto, con límites en lo que a habilidades sociales se refiere, también experimentan esa transmisión (aunque en menor medida, eso sí).
A un grupo de expertos de la Universidad de Duke, situada en Carolina del Norte, se le encendió la bombilla y demostró, a través de 328 participantes que contemplaron tres minutos ininterrumpidos de bostezos (¡qué martirio!), que el sentimiento de identificación no resulta definitivo. Otra de las conclusiones a las que llegó el estudio fue que, según envejecemos, somos menos propensos a bostezar.
Ha sido un estudio de la Universidad de Nottingham el que ha dado en el clavo gracias a 36 voluntarios que reprimieron sus ganas de abrir la boca prolongadamente. Se contabilizaron los bostezos (y los contenidos) mientras se proyectaban imágenes de gente haciendo lo mismo (que pesaditos con la técnica). Además, se usaron técnicas de estimulación craneal para corroborar que, de esta manera, también se puede provocar la acción.
Esta investigación plantea que esta tendencia al bostezo en cadena se concibe en la corteza primaria del cerebro. Para que te hagas una idea, se trata de la parte causante del movimiento mediante los impulsos neuronales, por lo que este acto no se da con la misma intensidad en todas las personas.
Esta conclusión no se trata de una simple curiosidad, sino que deriva a un hecho mucho más relevante aún. Y es que, por esta deducción, los científicos podrán entender mejor patologías como la epilepsia, el autismo, la demencia o el síndrome de Tourette, que afectan a una parte importante de la población mundial.
Esto puede significar un empujón revelador en lo que al avance de los tratamientos personalizados se refiere. Y todo gracias a la implantación de la estimulación magnética transcraneal. Este procedimiento podría conducir, además, al alejamiento de los medicamentos en favor de estas técnicas. La clave reside en el entendimiento correcto de la excitabilidad de la corteza motora en estos trastornos.
El bostezo es, en definitiva, un gesto que nos acompaña desde que abrimos los ojos al levantarnos hasta que los cerramos por la noche. Si no resulta fácil llegar a una conclusión certeza sobre la razón por la que bostezamos, el efecto contagio lo pone aún más complicado, pero los últimos descubrimientos no solo arrojan luz al interrogante, sino que suponen una esperanza para personas con trastornos neuronales.
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