Es normal que todos los padres piensen en darles lo mejor a sus hijos. Esta idea, que lleva presente durante generaciones, viene dada por querer mejorar la crianza que recibimos de nuestros padres. Pero no solo nos referimos a lo material, también a lo cultural, lo intelectual y a los valores.
¿Dónde está el problema? En que si nuestra única referencia es en darles lo que nosotros no tuvimos, empezamos a confundir nuestros deseos con las necesidades del hijo.
Hay que tener en cuenta que las restricciones que nosotros tuvimos durante la infancia, sean materiales o culturales, nos llevaron a la acción convirtiéndonos en lo que somos hoy. Por ello las restricciones no están del todo mal y educativamente tienen algo positivo.
Si, por ejemplo, yo tuve un padre muy estricto, ahora quiero ser el “coleguita” de mi hijo y eso tampoco es. Porque esas restricciones nos llevaron a valorar otro tipo de cosas. No digo que esté ni bien ni mal ser el colega de tu hijo.
En el caso de darles todo lo material que nosotros no tuvimos, las consecuencias están claras. No debemos prohibirle todo, pero tampoco consentirles.
Los hijos no nos van a devolver las carencias que nosotros tuvimos en nuestra infancia. Tendremos que escucharlos y atenderlos para poder cubrir sus necesidades sino nos encontraremos ante el mimo problema que tuvimos nosotros.
Hay que tener mucho cuidado con obsesionarse o volveremos al punto de partida. Siempre tirar por las necesidades de mi hijo y no por mis deseos de como quiero que sea mi familia.
Tampoco hay que obligarlos a hacer actividades que tú quisiste hacer y las reflejas en ellos. Si quisiste tocar el piano, antes de obligarle a hacerlo, deberías preguntar si a él o a ella le gusta.
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