No podemos evitar asociar colores a la comida… Esperamos un sabor al ver el aspecto de un alimento. ¿Es esto natural o está prefabricado?
Piensa en una mermelada: los tonos rojos son fresas, frutos del bosque o incluso tomate. Si al probarla sabe a limón, nos sorprende y rompe la expectativa y podría dar un resultado negativo aun cuando esa mermelada estuviera buenísima.
Para hacer la experiencia más positiva, la industria alimentaria añade colorantes a sus productos, a veces con el fin de simular un color que es considerado «natural» por el consumidor. Un ejemplo es añadirle carmín rojo a la mermelada de cereza o las cerezas confitadas, que de otra forma sería beis o gris porque pierde su color en el proceso. ¿Y los yogures de sabores? Deberían ser todos blancos, porque de sabor solo tienen el aroma, pero les ponen color para que la asociación visual sea más agradable.
¿Esto solo pasa en los productos procesados o parcialmente modificados? ¿Y en los frescos?
¿Los colores brillantes de las frutas y verduras no son naturales?
No siempre. Lo más habitual en la naturaleza son las variaciones de color a lo largo del año debido a cambios en clima, los efectos de la luz, el aire, el tiempo de transporte y almacenaje… Mejorar el aspecto de los productos es comercialmente ventajoso por mantener el color esperado o preferido por los consumidores.
¡Escucha aquí!