Dicen que de tal palo, tal astilla, o al menos esto es lo que diría tu madre. El tiempo pasa, sí, ya sé que no te quieres hacer mayor, pero irremediablemente pasa. De nada sirve que te quejes, porque es ley de vida.
Ayer tenías veintipico y hoy ya has superado los treintaypocos, y sin quererlo, de un día para otro, te sorprendes diciendo aquello que decía tu madre o incluso repitiendo aquellos gestos que tanto te crispaban. Y es que sí, amigo o amiga mía, ya no hay vuelta atrás, te acabas de convertir en tu madre. Te presentamos a continuación los 5 síntomas definitivos de que te has convertido en tu madre.
¿Qué ha sido de aquel o aquella que por mucho que lo intentara no conseguía mantener ordenada su habitación? Eso sí que era una fuerza sobrehumana, aunque te pasaras media tarde recogiendo todas tus cosas, sabías que a la mañana siguiente todo volvería a estar como antes, un desorden puro y duro. Pero esto tampoco es que te molestara demasiado, te encantaba decir que dentro de tal desorden existía su propio orden.
En cambio, ahora todo tiene su sitio, de hecho, es que te desquicia ver algo fuera de su lugar. Pero no te engañes esto no se queda aquí, de apilar la ropa en la cama o en la silla de tu habitación has pasado a ordenar tus prendas en el armario por colores. Sí, te has convertido en un/a insoportable maniático de la limpieza y el orden.
Todos hemos odiado a nuestra madre cuando se entrometía en nuestra forma de vestir. Pues hemos pasado de odiar el “llévate una chaqueta por si refresca” a no salir de casa sin nuestra rebequita porque sabemos, igual que sabía nuestra madre, que sí, que va a refrescar.
De nada sirve tener razón si no sabes cómo justificarlo. Porque “A quien madruga, Dios le ayuda”, “En abril, aguas mil” y “más vale pájaro en mano, que ciento volando”. ¡Que viva el refranero español como fuente de sabiduría universal! “Si el río suena, agua lleva” y es que si decimos que te estás convirtiendo en tu madre es por algo.
Hace unos años disfrutabas contándole a tu madre todo lo que sabías hacer con los ordenadores de la época, aunque ella nunca llegó a entenderlo realmente. Ahora eres tú quien pide ayuda a tu primo pequeño para que le ayude a quitar el corrector ortográfico de WhatsApp porque, oye, no hay manera.
¿Recuerdas cuándo los tops, las minifaldas y los pantalones ceñidos inundaban tu armario? ¿Y cuándo tu ropa interior era de un tamaño microscópico? Si lo recuerdas con nostalgia es que tu armario ha dado un giro y ahora reina la comodidad, esas braguitas a lo Bridget Jones que no te quitas «pero es que son tan cómodas…», esos pijamas de felpa (con los calcetines por fuera) y esas miles de capas que te pones para salir a la calle, evitando a toda costa que una sola parte de tu cuerpo pase frío. Efectivamente, esto ya no es lo que era. Recuerda cuando no hace mucho pasabas horas en un parking haciendo botellón: de noche, en enero, a las 3 de la mañana, a 0 grados…pero cuando tu madre te preguntaba al día siguiente si habías pasado frío, respondías muy dignamente que para nada. Ahora, amiga mía, esa madre eres tú.
Siento decirte que, definitivamente, te has convertido en tu madre. Pero no sufras, porque lo bueno, como el vino, mejora con los años.
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