No sabes cuándo te salió tu primer diente, tampoco cuándo fue la primera vez que sonreíste ni si te gustó tu primera papilla. Esas vivencias se diluyeron conforme aprendiste a decir «mamá». Sus últimos vestigios fueron alejándose mientras dabas tus primeros pasos. ¿Alguna vez has pensado adónde van a parar esas experiencias?
Según los expertos, no acaban ni en saco roto ni en la papelera de reciclaje. La explicación de por qué no retienes esos acontecimientos se antoja más sencilla de lo que crees.
La respuesta no reside en el paso del tiempo, pues si le preguntas a un niño de tres años si recuerda cómo transcurrió el parto de su madre, no obtendrás contestación. Eso no significa que los bebés no dispongan de memoria. De hecho, si fuera así, no serían capaces de aprender y evolucionar.
Los profesionales definen dos tipos de memoria. Por un lado, la consciente, que ejercitamos explícitamente. Si me preguntas la tabla del cinco, accederé de forma voluntaria a este conocimiento y lo verbalizo.
Por el otro, la implícita, que no precisa de este proceso para rescatar el recuerdo. Los entendidos la relacionan con esa asociación que se da entre el zumbido de una avispa y el chillido de un crío. Quizá el simpático bicho se paseó por su merienda mientras el pequeño se balanceaba en su columpio, provocando una caída que ríete tú de los batacazos en cadena del mundial de motociclismo.
Por tanto, la vivencia negativa con este insecto propiciaría el susto inmediato como respuesta emocional cada vez que el insecto merodee por su territorio. En este sentido, los adultos sufrimos fobias cuyos orígenes desconocemos y podrían tener respuesta en estas experiencias negativas de las que ni siquiera somos conscientes.
Pero ¿por qué no conocemos la razón? Porque estas vivencias nos ocurren cuando aún no hemos desarrollado esa memoria explícita, con lo que no es posible acceder a ella cuando deseemos.
Llegados a este punto, te preguntarás si hay algún resquicio en tu memoria que guarde estos recuerdos como un disco duro. Algo así como abrir ese álbum de fotos de tu niñez y observar las instantáneas. Como si a partir de una de estas imágenes, se desatara en tu mente una oleada de vivencias.
Se trata de un interrogante que llevan planteándose tanto la ciencia como la filosofía durante toda la historia. Estas hipótesis explican que los recuerdos están ahí, solo que en ocasiones no tenemos la clave para acceder a ellos. Es decir, los datos existen, pero perdemos la capacidad de recrear cómo fueron exactamente. Eso sí, los científicos aseguran que en un futuro la ciencia será capaz de generar técnicas artificiales que te permitan recuperar lo olvidado.
En muchas ocasiones hemos escuchado aquello de «memoria selectiva», mediante la que eliminamos de nuestro subconsciente aquello que no queremos que aparezca, seguramente por causas de daño que nos ha ocasionado en el pasado.
Pues bien, se supone que no es del todo cierto (la vida sería mucho más fácil si pudiéramos escoger estas cosas y así olvidar los traumas) ya que si los recuerdos van ligados a las emociones, ya los tienes bien ahí para un tiempo, pero el cerebro no es tonto.
Así que deberás saber que el cerebro es la parte más inteligente que hay en nuestro organismo, y que cualquier cosa que pase por él está bien almacenada, de modo que cuando no recuerdas algo y dices «lo tengo en la punta de la lengua» es que en ese momento, tu cerebro no lo encuentra, es una base de datos muy extensa.
© Sociedad Española de Radio Difusión, S.L.U.
© Sociedad Española de Radiodifusión realiza una reserva expresa de las reproducciones y usos de las obras y otras prestaciones accesibles desde este sitio web a medios de lectura mecánica u otros medios que resulten adecuados a tal fin de conformidad con el artículo 67.3 del Real Decreto-ley 24/2021, de 2 de noviembre.