– El «parturiento». Sí, todos hacemos un poco el indio en el gimnasio, pero él -normalmente, suelen ser hombres- se lleva la palma. Es ponerse a hacer press de banca y parece que alguien ha puesto el audio de una película de alto voltaje en lugar de la música habitual. Cada movimiento es un gemido y cada gota de sudor es un orgasmo. De eso se trata, de gritar y hacerse ver.
– El/la «estoy bueno/a y lo sabes». No cabe duda. No les hace falta el gimnasio para nada, pero les encanta gustar a los parroquianos. No lo intentes. No hablarán contigo, aunque sí te mostrarán su anatomía en movimiento a la menor oportunidad.
– El/la modelo de catálogo. El marketing visual sigue arrasando. Es posible que haga menos repeticiones que tú y se pase más tiempo duchándose que en la sala de máquinas, pero va vestido/a a la perfección. Parecen salidos de un catálogo de juguetes, pues no les falta un perejil. De hecho, reconócelo: ese chándal con algún que otro agujero secreto que solías llevar fue directo a la basura por su culpa.
– El/la nuevo/a. Ese será el mote que reciba, aunque mantenga su suscripción durante lustros. No tiene ni puñetera idea de cómo se accede a la sala de máquinas, funciona cada una de ellas y poner en marcha la elíptica. Al menos te provocará risa ver cómo su energía se va desinflando. Bueno, bien pensado, tampoco te hará tanta gracia constatar que a ti te pasó lo mismo.
– El monitor y/o endocrinólogo frustrado. También suele ser hombre. No duda a la hora de corregir tu postura y aconsejarte que le metas más peso a las cargas y también te da consejos prácticos para tu dieta. Lo reconocerás en cuanto pronuncie las palabras arroz, pollo y proteínas. Huye mientras puedas.
– El/la influencer. Convierte el gimnasio en una especie de plató de televisión por el que va paseando para ir grabando sus evoluciones. Desde que lo/la ves, ya sabes que no va a hacer absolutamente nada (algo fácilmente deducible al ver su atuendo y maquillaje), salvo molestar.
– El Rambo. Lleva más proteína y clembuterol en el cuerpo que tres granjas de ganado de Arkansas. Le faltan pesas para hacer las repeticiones correctamente. No coge la máquina completa de milagro. Es lo que hay. Una fiera, pero al menos se dedica a lo suyo y lo único que da es envidia.
– El potómano. Dícese de aquel que se bebe en torno a 3 litros de agua por sesión y sigue comprando botellas en la máquina. Es un pozo sin fondo.
Sin duda alguna. Ir al gimnasio es una idea perfecta para cambiar de vida y tener un poco de socialización. Salvo que tengas algún que otro problema con los especímenes arriba descritos y hayas de salir corriendo a otro más tranquilo, en tu gimnasio te encontrarás siempre como en casa.