Igual que para gastar dinero hay que ganarlo, para perder grasa, antes hay que comerla. De hecho, su ausencia en tu dieta no te ayuda a adelgazar. Está en lo cierto tu madre cuando te obliga a terminarte la fabada cada vez que la visitas. Pero no es una cabezonería suya, lo hace por tu bien.
Quizás tu prefieras unas acelgas lavadas ¡y a volar! «¿Cómo voy a mantener si no esta cinturita?», te preguntarás. Pues has de saber que quizá no estás en lo cierto, como cuando pensabas que tu perro veía en blanco y negro. Y es que, las grasas son para nuestro organismo como el sol para la luna, el mar para los peces o la mantequilla para las tostadas: indispensables.
Hasta ahora, te batías en duelo con tu hambre con el fin de entrar en ese vestido de Nochevieja. Tenías que desafiar a tu apetito para lucir ese traje de baño en la playa. Aburrimiento a la mesa, nervios a flor de piel y efecto rebote eran las tres consecuencias de estas dietas. ¿Crees que merecen la pena estos despropósitos para lograr alegrías efímeras?
Desde luego que no. Los milagros no existen. ¿Cómo has podido pensar que puedes engañar a tu cuerpo? ¡Si tiene un radar más eficiente que el sexto sentido de las madres! A lo mejor no le estás dando lo que necesita. ¿Te lo has planteado? Si no ingieres comidas ricas en grasa, tu cuerpo se mantendrá en estado de emergencia y vivirá de las rentas. Acabará echando mano de sus reservas. Y si su marcador está a cero…
Si te albergan dudas, tienes que conocer las conclusiones de un grupo de expertos en salud que realizaron un estudio acerca de ello. Como ves, no se trata de la palabra de ningún líder espiritual deseoso de llenarse el bolsillo.
Pues bien, estos profesionales de la nutrición sometieron a ensayo a 150 voluntarios variopintos durante un año y con una máxima: dejar a un lado la obsesión calórica para comprobar a ciencia cierta cómo actúan los hidratos de carbono y las grasas en el organismo.
Se trata de uno de los primeros estudios a gran escala de estas características. Una investigación que abre las puertas de par en par a un nuevo concepto, más sano y divertido. Hablamos de una alimentación adelgazante consumiendo menos hidratos de carbono y sin fijar el interés en el contador de calorías.
Los resultados de este experimento fueron reveladores. Por un lado, los voluntarios a los que se administró un menú diario bajo en hidratos de carbono perdieron 3 kilos y 700 gramos de media más que esos otros que eliminaron la grasa de su dieta. Por el otro, hay que señalar también que estos últimos participantes adelgazaron, pero ¿cuál fue la consecuencia? Una mayor pérdida de la masa muscular, algo que, como sabrás, sano no es.
Los encargados de incorporar grasas a su alimentación consumieron las no saturadas como el pescado o el aceite de oliva, preferentemente. Eso sí, sin dejar a un lado las saturadas como el queso o la carne roja. Mientras, la otra mitad de los examinados no abandonó las grasas en su totalidad, concediéndole protagonismo en un 30 %. Ambos remataron su dieta diaria con verduras.
Con estas premisas llegamos a otro de los desenlaces. En este caso, afectó al colesterol. Aquellos que consumieron grasas vieron cómo los valores del bueno mejoraron. En el caso del colesterol malo, los niveles se equipararon en los dos grupos.
Una prueba más de que comer grasa no solo no engorda, sino que te ayuda a adelgazar y a estar hecho un roble.
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