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En sus canciones dispara contra la mediocridad, contra la idiotez, contra el cainismo… En bandeja de plata entona: «parece que si hay que elegir dejar en las manos responsabilidad, pudiendo escoger entre dos o tres, preferimos al más subnormal»
En Cuna de Caín, canta a una guerra civil entre hermanos, añadiendo que «de la mano nos hacemos daño siempre que nos encontramos«.
Los actuales acontecimientos en Cataluña invitan a pensar que se refiere a ese gen cainíta, a ese pecado original con el que nacemos los patrios.
Pero no, Bunbury aclara «no habla de España, sino sobre una relación de dos personas que no se soportan y deben poner tierra de por medio antes de llegar a las manos». Aunque ya se sabe, las canciones, una vez alumbradas cada uno las hace suyas.
Parecemos tontos es el callejón que lleva a la salida. «El arte –confiesa Enrique en una entrevista con el Heraldo de Aragón– es de las pocas cosas que me emocionan cada día. Para mí los poetas, los músicos, los grandes cineastas, los pintores son santos que nos ofrecen milagros con los que curamos o aliviamos nuestras heridas y dolor. Además, nos queda lo más importante que es el amor. Por lo demás, pocas cosas me devuelven la esperanza».
Junto al arte, la otra tabla de salvación del ser humano es el amor. Y La constante es una canción de amor con MAYÚSCULAS. » Es una de las canciones más importantes del disco -explica Bunbury-, un soplo de aire fresco después de toda la oscuridad que emana de la mayoría de las canciones».
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