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Redacción Cadena Dial
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Seguro que no hace falta que mires muy lejos para detectar a alguien enganchado a la pantalla de su teléfono móvil como si le fuera la vida en ello. Estás en la sala de espera de un médico, en la parada del metro o en el descanso del trabajo, y el 95% de las personas que se encuentran cerca de ti no levantan la mirada de su móvil. A esto se le llama adicción a las redes y cultura de la hiperconectividad. Nos puede resular algo anecdótico, pero va más allá, estamos enganchados a las redes sociales y esto es una enfermedad.

En ellas hacemos muchas cosas interesantes, entretenidas y útiles como ver vídeos de gatitos dos horas al día. Pero también puede que nos estemos haciendo daño. Ya sabes, adicción al móvil (nomofobia), sensación de soledad, baja autoestima e incluso depresión. Estás leyendo bien.

La autoestima a base de clics

La autoestima es la forma de vernos a nosotros mismos: campeones o perdedores, valiosos o penosos, capaces o incapaces, Rick o Morty. La autoestima se construye desde la infancia y, ahora mismo, puede aumentar o caer en picado contando los likes que ha tenido tu última foto. ¿No te fijas en la hora a la que la subes para que tenga más «me gusta»?

vía GIPHY

Al final terminamos teniendo una doble vida: la que contamos en las redes sociales donde todo es felicidad y purpurina…y nuestra vida real, de un color más bien gris.

Quizá te parezca una exageración, pero tiene mucho de verdad: las redes sociales se alimentan del ego, del «me gusta», de retweets, de fotos maravillosas de pies en playas guais y sonrientes grupos de amigos de fiesta perpetua. En yates con cócteles y esas cosas.

La píldora de la felicidad

La adicción a los teléfonos móviles existe. Ya sabes, es lo que nos impide separarnos de ellos y mirarlos cada treinta segundos. Se ha descubierto que un factor importante en esta adicción es el «premio». Cada vez que una de nuestra publicaciones recibe una valoración positiva, cada vez que sentimos que se nos hace caso, recibimos una dosis en forma de subidón de ego. Es una píldora de placer que nos satisface.

En cambio, cuando una de nuestras fotos es ignorada, sentimos tristeza, nos sentimos despreciados por la sociedad, como si no encajáramos.

Todos están mejor que yo

La exposición continua hace que nos comparemos con los demás. ¿Por qué todos parecen tan felices? ¿Por qué salen siempre tan guapas y con tanto estilazo? ¿Por qué tienen tantos seguidores? ¿Por qué pasan de mí? Son preguntas que nos hacemos sin darnos cuenta. Más que preguntárnoslo, es una sensación.

Y piensa en ti mismo, tampoco subes fotos cuando estás triste, cuando te estás comiendo los garbanzos recalentados de hace dos días ni cuando no te has lavado el pelo. ¡Con ellos pasa lo mismo! No son tan felices como se ven en sus fotos, simplemente que no suben a Instagram sus momentos malos.

¿Cómo usas las redes sociales?

Hay actitudes que indican que hay un problema: cuando nos sentimos tan enganchados que ni siquiera queremos mantener relaciones personales… ¡sino que creemos que la vida real es esa, la de las redes!

Cuando compartes algo en las redes, fíjate en si lo haces para mostrarte o para enseñar un contenido interesante. Si en vez de generar un debate interesante, lo que esperas son los «me gusta», quizá estés buscando la aprobación ajena, no te sientes tan feliz contigo mismo.

Puede costarnos, pero es necesario que mantengamos nuestra autoestima alta, y no por tener muchos seguidores, sino por la capacidad que tenemos de hacer cosas fuera de las redes sociales.

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