Las prisas nunca son buenas. Los adultos contagiamos nuestro ritmo a los peques y llegamos, incluso, a acelerarles. Transmitirle está sensación a nuestros hijos no es nada bueno. Bien lo sabe Rocío Ramos-Paul.
¿Qué es lo que transmitimos a los niños cada vez que les metemos prisa? Los niños se contagian del ritmo que tienen los padres y cuando les decimos “date prisa” podemos generarles ansiedad.
Ellos tienen un ritmo diferente a los adultos, normalmente más pausado. Si empezamos el día diciéndoles que corran, ya los aceleramos. Les estamos dando una idea de que el objetivo de hacer las cosas es terminarlas, más que el propio proceso.
Este proceso interrumpe el aprendizaje. No respetamos los tiempos necesarios para ello. Les ponemos nosotros los zapatos porque no llegamos al colegio, les vestimos nosotros para salir antes de casa… El aprendizaje necesita de paciencia, de práctica y de entrenamiento. Todo esto se lleva mal con la prisa.
¿Qué podemos hacer para que no afecten las prisas a nuestro hijo? Nunca debemos de enseñarle a hacer una cosa nueva cuando vayamos pillados de tiempo. Puede aprender a ponerse los zapatos en fin de semana, por ejemplo.
Por las mañanas podemos priorizar y organizar las tareas. La ropa del cole y la cartera las podemos preparar tranquilamente con ellos por la noche. De este modo responsabilizamos ya al niño y le damos un hábito de organización.
Si hay que levantar antes a los peques no pasa nada. Tienen que desayunar tranquilamente, aunque algunos adultos no lo hagan.
Todo aquello que podamos hacer para mejorar la organización del día a día y las prisas no aparezcan, es bienvenido. Evitaremos así que los niños tengan estrés.
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