Cuando quieras hablar, no pierdas el control. ¡Trucos para conseguirlo!
La comunicación en el ámbito que sea, bien personal, bien privado y entre dos o más personas, es un pilar fundamental y necesario para el intercambio de información, cuando más, si es emocional. Y no basta con decir que hay que dialogar, hablar con claridad sobre cualquier cuestión e incidir con las emociones bajo control ante cualquier proceso que raye en lo conflictivo. Y es ahí donde se nos olvida que dicha comunicación debe seguir un entramado particular para que ninguna palabra suene más alta que otra, ni se confundan los detalles de las afirmaciones con una amenaza en toda regla. Se podrían resumir en cuatro puntos clave los factores en los que debemos cimentar una buena relación, e incluso laboral nos atrevemos a añadir.
Las cuatro bien entendidas dejarán de ser un secreto en el momento en que nos impliquemos en su utilidad con el propósito de mostrarlas y servirnos de ellas. Toma nota: la paciencia, los buenos modales, el sentido del humor y la humildad en el respeto.
En multitud de ocasiones se nos olvida lo importantes que son estos conceptos, porque evitamos el diálogo y porque nos faltan argumentos sólidos ante nuestro interlocutor emocional. Y si éste de igual modo, también se olvida de los mismos, es entonces cuando cualquier exposición carece de credibilidad. No se puede hablar sin ser paciente, y menos aún, exigir sin ofrecer las mismas garantías de reciprocidad y educación, al igual que tampoco se deben olvidar los registros del humor y la asertividad, para no caer en las siempre reprochables faltas de respeto y de empatía hacia nuestra pareja. Porque no olvidemos que nuestra pareja es un igual, y ni estamos por encima de sus ideas, ni se merece el desprecio como justificación a una idea opuesta, por muy convencidos que estemos de ella. El clásico de contar hasta diez antes de entrar en un conflicto por un lado, y buscar el resorte del humor para aflojar la tensión en la discusión por otro, sin duda, nos ayudará a liberar los temores del fracaso, y mejor aún, el fin irreversible de la falta de entendimiento.