De la anécdota surgida entre dos amigos se promueve un estudio cuyos resultados van a dar un alegrón a más de uno
Imagínate, dos amigos, esquiando, Sierra Nevada. Tras más de una hora de deporte, uno de ellos sacia su sed con una caña fresquita, irresistible. El otro, se lleva las manos a la cabeza y pide un generoso y sano vaso de agua. ¿Quién lo está haciendo bien?
La discusión surgida entre ambos, un catedrático de Fisiología de la Universidad de Granada (UGR), Manuel Castillo, y un experto montañero, se resuelve con la iniciativa del primero de investigar si la cerveza era mala o buena para el deporte. Su trabajo ha acabado por despertar un movimiento que combina su consumo moderado con el running.
Comienza la investigación: un grupo de voluntarios tuvo que realizar un ejercicio intenso (60 minutos corriendo en una cinta al 60% de la capacidad aerobia máxima) con una temperatura ambiental elevada (35ºC, 60% de humedad relativa). De media perdieron entre 1,5 y 2 litros, alrededor del 2-2,5% de su peso. Las carreras se realizaron en dos tandas. Tras una de ellas, tenían que rehidratarse con toda el agua que quisieran. En la otra, lo hicieron con dos tercios de cerveza (660 ml.) y, después, el agua que desearan.
Y ¡voilá!
Los resultados fueron sorprendentes. Después de medir, antes, durante y dos horas después del ejercicio y la rehidratación, midieron una serie de parámetros para establecer el nivel de hidratación, composición corporal, endocrino-metabólicos, inflamatorios, inmunológicos y hasta psico-cognitivos. Querían ver cómo les afectaba la ingesta de cerveza. Vieron que, en esa cantidad, no había ningún perjuicio.
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