Sin embargo, todos estos malos augurios quedaban en eso, augurios. El tren volvió a Atocha, y con él Joaquín Sabina. Con bombín negro, traje verde, su mejor voz agrietada, más emocionado que nunca y con unas ganas terribles de comerse el escenario, de dejarse la piel durante los 90 minutos del partido y despejar todas las habladurías sobre su ‘Pastora Soler’.
Tras este pequeño viaje por las calles y rincones de Madrid el artista expresaba su más sentido dolor por lo ocurrido durante su primera cita en la capital. “En noches como hoy, comprenderán que decir gracias se queda corto”, reconocía el cantautor. Después, muy a lo ‘Sabina’ reconocía haber cumplido “esa fantasía de saber lo que haría la gente en el entierro de uno”.
Sabina enfilaba el escenario como el mejor diestro sale al ruedo, quería matar el compromiso que tenía con su experiencia. Volvía a visitar durante esta gira “500 noches para una crisis” un disco que publicó antes de sufrir un leve infarto cerebral, el que muchos valoran, incluido él mismo, como el mejor de toda su carrera y el último álbum de una juventud que se alargó hasta los cincuenta.
Mientras desgranaba una a una las canciones que componen estos ’19 días y 500 noches’ el artista se acordó de algunos de sus amigos presentes entre el público de esa noche, Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Víctor Manuel, Jorge Drexler y Alejo Stivel.
Entre su repertorio no faltaron sus temas más canallas, esos que como Sabina contaba nacían en los locales alumbrados con luces de neón, respirando el humo de sus cigarros y observando cómo se derretían los hielos en alcohol barato, ‘Canción para la Magdalena’ ‘Barbi Superstar’ y ‘Nos sobran los motivos’. “Dejé los bares de madrugada y empecé a dormir unas cuantas horas cada noche, porque este disco se hizo en noches insomnes y de forma muy intensa” confesaba sin tapujos ni arrepentimientos.
Saliendo de sus obligaciones, cerraba la primera parte del concierto ejerciendo de celestino con una propuesta de matrimonio que finalizó de la mejor forma posible. La pareja protagonista fue invitada por Sabina a bailar al son de ‘Noches de boda’, vals que se fundía con ‘Y nos dieron las diez’, que anoche fueron las doce largas.
Las sombras del fracaso se alejaban a pasos agigantados, las horas pasaban y los clásicos despertaban a los asistentes, quienes en alguna que otra canción convertían al maestro en un mero corista.
Todos los componentes de la banda, que más que una banda parece una familia, tuvieron su momento ‘estrella’. Comenzando por Jaime Asua que interpretaba ‘Rubias platino’, siguiendo por un imprescindible Pancho Varona que logró poner al público en pie con ‘Conductores suicidas’, una Mara Barros que derrumbaba las paredes del Barclaycard Center con la copla ‘Y sin embargo te quiero’ dejando a más de uno boquiabierto, y finalizando con Antonio García de Diego que acompañado de su guitarra cantó ‘Tan joven y tan viejo’.
Las referencias a Bob Dylan, un maestro para el de Úbeda, fueron constantes, cristalizándolo incluso en la versión traducida al castellano como ‘Ese no soy yo’.
Los 15 mil espectadores disfrutaban con cada acorde, nota y magia que derrochaba el maestro, se encontraban totalmente desatados cuando llegaron los bises, y corearon con el cantautor ‘Princesas’, ‘Contigo’ y ‘Pastillas para no soñar’, clásicos que compensaban todos los temas que Sabina se dejó en el tintero.
Ya lo anunció al comienzo, “Vamos a dar el mejor concierto de nuestra vida”, y sinceramente no sé si fue así, pero Sabina hizo valer su letra ‘Y morirme contigo si me matas’, dejándose la piel sobre el escenario para ofrecernos un show irrepetible, del que todos salimos con el corazón encogido, una sensación difícil de explicar con palabras y con el que el maestro desterró cualquier duda sobre porqué a él se le perdona todo.